Vale.
Lunes. Me levanto con una motivación absurda, de esas que solo aparecen después de ver un vídeo de un tío con abdominales llorando porque “la disciplina lo es todo”.
Yo, con el cuerpo de alguien que ha sobrevivido a 3 guerras:
- Guerra contra el sofá
- Guerra contra el azúcar
- Y guerra contra las ganas de hacer algo
Me pongo las zapatillas (nuevas, por cierto, aún con la etiqueta) y salgo al gimnasio con la actitud de Rocky Balboa… pero versión después de la jubilación.
Entro. Todo el mundo musculado. Una señora de 70 años levantando más peso que yo. Me miran raro. Yo sonrío. Ellos no.
Empiezo en la cinta. Le doy a un botón. Subo la velocidad. Un poco más. Un poco más. Demasiado.
Resultado:
Salgo disparado como si fuera un cohete de la NASA con destino: vergüenza ajena.
Un monitor viene corriendo:
—“¿Estás bien, tío?”
Y yo, sudando más por el susto que por el ejercicio, respondo:
—“Sí, sí… era parte de mi entrenamiento ninja.”
Me fui. Compré una cerveza. Me senté en el banco del parque. Observé a los palomos.
Conclusión:
No hace falta gimnasio para estar en forma.
¡Estoy en forma de croqueta, y punto!
MORALEJA:
La vida es corta. El chándal aprieta. Y el sofá nunca juzga. 🛋️
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